martes, 29 de diciembre de 2009

Tiempo de comer

Hace ya días que no escribo nada. Cuando volví de mi estancia con los monjes benedictinos en el Monasterio de Poblet (cuando pueda escribiré la crónica) me dí cuenta que mis manos no se deslizaban con demasiada soltura por encima del papel. Mente en blanco, falta de ideas, cansancio, resaca... excusas. Sólo hay una posible razón para explicar mi abstinencia de tinta y papel: hambre. Tengo hambre. Es tiempo de comer, de sentarse a la mesa y devorar, para luego digerir la comida tranquilamente en el sofá y, cuando la tenue luz del ocaso me despierte, ponerme a escribir.

Es tiempo de leer: "En ruta", "Escritos políticos" y "John Barleycorn. Memorias alcohólicas" de Jack London; "El lobo estepario" de Hermann Hesse; "Política de hechos consumados" de Nacho Vegas; "Sentimiento trágico de la vida" de Unamuno. Eso sí, es tiempo de leer entre los ratos libres que me deja el estudio para preparar los exámenes de Febrero. Tiempo de estudiar escuchando a "Explosions In The Sky", "Early Day Miners" y al magnífico e inspirador "Nacho Vegas".

Early Day Miners, "Centralia" -->http://www.youtube.com/watch?v=ue4XE4Y8HEA

Explosions In The Sky, "First breath after coma" -->http://www.youtube.com/watch?v=w0o8JCxjjpM


A ver qué sale de todo esto.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Cuchillos oxidados, sangre y esperanza. Una recensión de "¿Qué es filosofía?" de José Ortega y Gasset.

Uno no sabe muy bien qué decir cuando acaba de leer “¿Qué es filosofía?”, hay algo dentro de ti que las páginas del libro han tocado y removido. No sabes muy bien qué es, pero sientes que hay algo que va a cambiar, como casi siempre ocurre tras una buena lectura.

Debo advertir que no es un libro apto para los oníricos momentos de duermevela; compila las lecciones de un curso universitario que, como tal, debe recibir la atención solemne del estudio y no le lectura liviana del pasatiempo. Aunque, aquí, Ortega me achacaría una mala interpretación de su método pedagógico:

La quilla de la cultura, el estado de ánimo que la lleva y equilibra es esa seria broma, esa broma formal que se parece al juego enérgico, al deporte, entendiendo por tal, como es sabido que yo entiendo, un esfuerzo, pero un esfuerzo que, en oposición al trabajo, no nos es impuesto, ni es utilitario ni es remunerado, sino un esfuerzo espontáneo, lujoso, que hacemos por el gusto de hacerlo […]. La cultura brota y vive, florece y fructifica en temple espiritual bien humorado -en la jovialidad-. La seriedad vendrá después, cuando hayamos logrado la cultura o la forma de ella a que nos referimos –así, ahora, la filosofía- [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]

Con este curso Ortega espera, oponiéndose a la desesperación, ver florecer el germen de la filosofía en las mentes de los madrileños que asisten a sus lecciones. Y es que el germen de una filosofía es, a la larga, el germen de una nueva vida; sin embargo, como Ortega nos advierte, estos conceptos (el de filosofía y vida) parecen antagónicos y contrapuestos.

Todo lo que sale de las manos de un hombre es producto de su circunstancia, de su contexto, o, en su defecto, el contexto posibilita dicho producto; el curso “¿Qué es filosofía?” es un claro ejemplo de esta característica de la creatividad humana. Las lecciones de Ortega tienen su razón de ser en el contexto en el que nacen, pero esto no es más que una evidencia en todas las obras que alguien crea; no deja de ser, como tanto les gusta decir a los coetáneos de Ortega, una verdad perogrullesca.

Lo que en una obra importa es lo que recoge de dicho contexto, lo que aúna y lo que rechaza, lo que crea con los pedazos de lo que destruye, lo que recuerda y lo que olvida; y esto es, las lentes nuevas que la obra crea para observar desde otra perspectiva lo que el hombre ha observado siempre: la relación entre él y el mundo. Y estas lentes, valga de nuevo la perogrullada, están construidas con la materia propia de cada tiempo humano, de cada contexto, de cada paisaje, de cada circunstancia.

El paisaje histórico en el que se enmarca la vida de Ortega no da mucho lugar a que las conclusiones que se dan al observar el mundo que le envuelve sean esperanzadoras. La conclusión de la esperanza, principal leitmotiv de toda religión, puede parecer ingenua.

Los coetáneos de Ortega, y él mismo, dan cuenta de la agonía latente entre el individuo y la comunidad, entre España y sus confines, entre el devenir del hombre de a pie y el devenir histórico, entre creyente que espera creer y Dios.

NOTA AL MARGEN: Como apunta Unamuno en su “Agonía del cristianismo” entiéndase “agonía” por lucha y no por la desesperación del moribundo. Agonía es desesperación esperanzada, es la lucha que se da en el seno del hombre y lo posiciona como agonista, como luchador; unas veces será protagonista y otros antagonista pero si cede, si deja de agonizar, de luchar, la desesperanza envuelve con sus brazos de hierro al moribundo y el óbito, metafórico y moral, sucede en el cansado cuerpo del que ha cedido. Así, el moribundo puede conservar su salud y cuerpo, pero su alma ha sido cercenada por el helado corte de la guadaña. Muy a pesar del vago, la inmortalidad no consiste en la calma y la relajación, sino en la constante lucha por existir, que no es otra cosa que estar siendo, estar agonizando, estar luchando; aunque quizá aquí no quepa la mordaz pluma de Ortega es interesante decir que él apuntaría “existir es decidir”

La generación en la que se inscribe nuestro autor nace en un barco que navega sin astrolabio y que lucha contra las constelaciones, lanzando andanadas de metal hacia el inalcanzable cielo, creyendo que es el mejor camino para volver a ser; y así, España, recibe el daño de sus propios cañonazos que, lanzados hacia el etéreo recuerdo, vuelven a caer sobre la cubierta, ya mohosa, del antiguo Imperio. Los capitanes del navío, como cegados por Atea, cegados por el orgullo de lo que fue, emprenden acciones en su impulsiva invidencia, hundiendo al maltrecho barco en los mares abisales.

Un barco que ya está podrido después de sortear la ocupación napoleónica; la pérdida de las colonias de Filipinas, Cuba y la penosa derrota contra E.U.A.; los continuos cambios políticos que van del acierto al desastroso desatino: constituciones, desamortizaciones, etc.; las cegadas decisiones por recuperar el honor perdido, como la participación en la invasión de Indochina; las guerras civiles entre los partidarios de seguir lanzando andanadas al aire, los carlistas, y los que pretendían una emulación reformista de lo que venía siendo la reacción liberal ante la revolución industrial y francesa; el aparente triunfo de los reformistas y su Restauración: un régimen que entre la patética alternancia entre Cánovas y Sagasta, no supo administrar ni digerir los nuevos corrientes revolucionarios.

Ortega será heredero de todo este convulso acontecer, viviendo el fin de la aparente tranquilidad de la regencia de Isabel II y el reinado de Alfonso XII con el levantamiento de Primo de Rivera, estableciendo una dictadura que suplía el ya cadavérico sistema de alternancia de partidos.

El panorama no da mucho lugar a la esperanza, si la política y la economía eran decadentes, no podía esperarse mejor futuro para la cultura. Aún así, la curiosidad hambrienta de algunos jóvenes españoles amasaría el germen de la generación orteguiana, aportando esperanza al decadente espíritu cultural español: la generación del 98.

Fue la generación en la que Unamuno nunca quiso inscribirse la que aportaría el primer respiro a una cultura española venida a menos. Al ser pionera, al querer ser la primera que abriera la veda, la G98 tuvo que lidiar con los problemas propios del contexto en el que surgió como, por decir alguno, el retraso cultural que hizo de los jóvenes curiosos unos devoralibros. Así lo asegura Laín Entralgo citando a Unamuno:

Unamuno expresará esta ineludible necesidad de los jóvenes españoles: “El libro es en España –escribe- más imprescindible que en otras partes. Donde hay más cultura en el ambiente social que la que aquí hay, recíbela uno sin saber cómo: de conversaciones, de la lectura de diarios, de conferencias, del espectáculo mismo de la vida, aquí tenemos que suplir cada una de las deficiencias de la cultura ambiente y las deficiencias de nuestra educación; el español se ve obligado a ser autodidacto” [Pedro Laín Entralgo; La generación del 98]

El impulso intelectual de los hombres de la G98, la cierta relajación de las tensiones políticas que supuso la Restauración y la proliferación de políticas que apoyaban el desarrollo cultural del país, hizo que surgiera una nueva oleada de intelectuales y de progreso científico. Ahí tenemos el ejemplo del Premio Nobel de Medicina concedido en 1906 a Ramón y Cajal, el pensamiento de Ortega, Eugeni d’Ors, Azaña, Gregorio Marañón o Juan Ramón Jiménez.

Ortega se encuentra en este oleaje entre dos generaciones intelectualmente dispuestas a brindar nuevos tiempos culturales a la maltrecha España. Bajo el título “¿Qué es filosofía?” no sólo encontramos un curso académico, sino que encontramos la excusa perfecta para abrir las puertas de un cierto modo de vivir filosófico, la excusa perfecta para culturizar España, para europeizar los vastos campos por dónde se pasean los cadáveres de Lope de Vega, Quevedo, Bécquer, Galdós o Cervantes.

No vamos a encontrar en las lecciones que presenta el libro una historia de la filosofía en toda regla, aunque hay páginas que muestran con clara lucidez la génesis de conceptos tan importantes para la filosofía como “ser”, “conciencia”, “subjetividad”, “intimidad”, etc. A uno le dan ganas de arrancar dichas páginas y colgarlas en la pared de su habitación como si se tratara de un gran tesoro hallado en un largo viaje.

Pero, ¿qué hace Ortega exactamente? Filosofar. Ortega filosofa desde su circunstancia, delimitando con su actividad argumentativa el vocablo mismo de “filosofía” entendido desde nuestro tiempo y contexto.

Es el libro de Ortega un viaje hacia el centro de la filosofía de nuestros días, parte del simple juego, de lo sencillo y jovial, pero poco a poco va girando sobre sí mismo, concentrando sus esfuerzos por llegar al mismo centro y sacar a la luz lo que el vocablo “filosofía” significa. Cuando aún me faltaban un par de giros concéntricos para acabar el periplo orteguiano no pude contener mi dolor ante lo que pasaba delante de mis ojos y mis manos se lanzaron a escribir lo que sigue: http://victorfpm-pahu.blogspot.com/2009/12/sangre.html

En situación similar debería encontrarse Ortega antes de dar el último paso que lo llevó a formular la definición esperanzadora de filosofía. Podríamos decir, con el mismo Ortega, que el mundo que tenemos a nuestro alrededor varía según dónde atendamos; la atención a lo que sucede constituye lo que se nos aparece. He aquí la mejor explicación de ello en el libro de Ortega que acalla la sangrienta desesperanza anunciada más arriba, una breve historia de la atención humana:

Antigüedad y modernidad coinciden en intentar, bajo el nombre de filosofía, el conocimiento del Universo o cuanto hay. Pero al dar el primer paso, al buscar la primera verdad sobre el Universo comienzan ya a discrepar. Porque el antiguo parte, desde luego, en busca de una realidad primera, entendiendo por primera la más importante en la estructura del Universo. Si es teísta, dirá que la realidad más importante que explica las demás es Dios; si es materialista, dirá que la materia; si es panteísta, dirá que una entidad indiferente, a la vez materia y Dios –natura sive Deus-. Pero el moderno detendrá toda esta pesquisa y disputa diciendo: es posible que, en efecto, sea esta o la otra realidad la más importante en el Universo, pero después de que lo hubiésemos demostrado no habríamos adelantado un paso –porque ustedes han olvidado preguntarse si esa realidad que explica a las demás la hay con toda evidencia; más aún si esas otras realidades explicadas por ella, menos importantes que ella, existen indubitablemente-. El problema primero de la filosofía no es averiguar qué realidad es la más importante, sino qué realidad del Universo es la más indudable, la más segura –aunque sea, por caso, la menos importante, la más humilde e insignificante-. En suma, que el problema primero filosófico consiste en determinar qué nos es dado del Universo –el problema de los datos radicales-. La antigüedad no se plantea nunca formalmente este problema; por eso, cualesquiera sean sus aciertos en las demás cuestiones, su nivel es inferior al de la modernidad. Nosotros nos instalamos, desde luego, en este nivel, y lo único que hacemos es disputar con os modernos sobre cuál es la realidad radical e indubitable. Hallamos que no es la conciencia, el sujeto –sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo-. De esta manera escapamos al idealismo y conquistamos un nuevo nivel [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]

De la misma mano que me condujo a la solipsista tesis radical del idealismo, salgo a flote en una nueva realidad, en un nuevo mirar. La realidad radical ya no es el sujeto pensante, el yo ponente, el espíritu glotón; la nueva realidad a la que Ortega atiende es a la coexistencia entre él y su mundo, a la coexistencia entre ambos.

¡Qué más da que todo sea una falsa ilusión! No podemos pensarnos a nosotros mismos sin la relación indisociable con nuestro mundo, con nuestra circunstancia; incluso en los sueños no puedo soñarme sin el sueño que envuelve a mi ser soñado. Así, Ortega aúna filosofía y vitalidad, yo y mundo, individualidad y colectividad; de esta conjunción entre lo teórico y lo vital surge la vida humana. ¡Es imposible pensarme sin aquello que me rodea! ¡Imposible! El mundo no es ya la naturaleza de los griegos ni el sujeto proyectado de los modernos, el mundo es mi circunstancia. Yo soy en tanto que circunstanciado por mi mundo y el mundo es en tanto que atendido por mí.

De aquí partirá ahora Ortega, la filosofía debe escudriñar eso a lo que llamamos vida.

El atributo primero de esta realidad radical que llamamos “nuestra vida” es el existir por sí misma, el enterarse de sí, el ser transparente ante sí. Sólo por eso es indubitable ella y cuanto forma parte de ella –y sólo porque es la única indubitable es la realidad radical […] Me doy cuenta de mí en el mundo, de mí y del mundo- esto es, por lo pronto, “vivir”. Ese “encontrarse” es, desde luego, encontrarse ocupado con algo del mundo. Yo consisto en un ocuparme con lo que hay en el mundo, y el mundo consiste en todo aquello de que me ocupo y nada más. Ocuparse es hacer esto o lo otro –es, por ejemplo, pensar [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]

Y, levantando piedra tras piedra, Ortega ahonda más en las categorías vitales de esto que llamamos hombre. El hombre vive ocupado y, esto es, embebido en el tiempo; y el tiempo del hombre es un proyectarse hacia el futuro heredando el pasado, es un proyectarse hacia el querer ser. Todo ser ha sido un querer ser. De aquí que Ortega extraiga la brillante conclusión que lo importante en esta vida es la pre-ocupación, la proyección de lo que ansiamos ser. Y aquí nos damos de lleno con el mensaje esperanzador orteguiano: el futuro es obra de las proyecciones del presente, es obra de las decisiones del presente.

Ortega pone la filosofía de su tiempo al alcance de aquellos que constituyen dicho tiempo:

Imaginen ustedes por un momento que cada uno de nosotros cuidase tan sólo un poco más cada una de las horas de sus días, que le exigiese un poco más de donosura e intensidad, y multiplicando todos estos mínimos perfeccionamientos y densificaciones de unas vidas por las otras, calculen ustedes el enriquecimiento gigante, el fabuloso ennoblecimiento que la convivencia humana alcanzaría. Eso sería vivir en plena forma; en vez de pasar las horas como naves sin estabilidad y a la deriva, pasarían ante nosotros cada una con su nueva inminencia. No se diga tampoco que la fatalidad no nos deja mejorar nuestra vida, porque la belleza de la vida está precisamente no en que el destino nos sea favorable o adverso –ya que siempre es destino-, sino en la gentileza con que le salgamos al paso y labremos de su materia fatal una figura noble [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]

¡Ah! ¡Suero y yodo! ¡Mis heridas se cierran! Esperanza, estas palabras están cargadas de esperanza que, al fin y al cabo, es un querer ser, un desear ser. Ortega lo pide, lo vocifera, desea que el pueblo español se pre-ocupe que no se deje llevar y deje su preocupación en la vida del vecino; quiere apartar al español de a pie de la masa ingente de borregos despreocupados, que se apoyan en la preocupación ajena.

Lamentablemente siempre tengo un cuchillo oxidado a mano con el que reabrir viejas heridas. Hoy, en la noche de un Diciembre frío, cuando hace 90 años que el curso de Ortega se llevó a cabo, el español de a pie está cada vez más apoyado en las preocupaciones de otros; es más, es muy español eso de que “se preocupen ellos que para eso les pagan”. Hoy, el navío no es ya la Santa María sino un madero carcomido y quebradizo al que algunos se aferran como si les fuera la vida y otros se dejan llevar por la deriva, esperando llegar a tierras mejores. Un madero destrozado por aquellas andanadas y por la carcoma interna que parece no tener más ambición que la fitofagia, parece no tener más futuro que el presente engullidor. Y allí me encuentro, navegando junto al madero sin lugar al que asirme, ya que nadie quiere ceder un lugar que sirve de alimento a sus burdos proyectos. Lo observo todo desde la perplejidad y me entrego a pensamientos sobre la esperanza, la salvación y el destino de ese carcomido tablón; unas reflexiones que no dejan de ser heredadas de otro navío: el de la cristiandad. ¿Navío? ¿Qué habrá sido de él? Ante tal panorama de desolación y destrucción es posible que ya no quede ninguna nave, salvo las que seguro que se estarán creando en los astilleros. Y, entre los gritos de la muchedumbre, miro alrededor y veo que no estoy solo, hay demasiada gente observando el festín. Y pienso en el navío de la cristiandad que, como nosotros, aún guarda esperanzas pero ya está harta de esperar.

Y digo yo, a mis 22 años… ¡qué me queda! ¿Esperanza o resignación? ¿Ingenuidad o cruda realidad?

Manual para la buena presentación de los trabajos académicos

Y después de hacer lo correcto, gastó lo que le quedaba en el bolsillo en un combinado de ginebra refinada con zumo de naranja. Pensó que sería una buena idea ponerse a escribir y, en ese justo instante, se acordó que hacía tiempo había rechazado el alcohol como la musa de su pluma; sabía que lo que le impulsaba a escribir se hallaba delante de sus ojos y que, con ayuda de buena música, sólo con pensar en ello sus dedos se deslizaban rozando cada tecla del magullado ordenador con el ímpetu del desesperanzado paciente.

- No bebas
- Sí mamá...
- No fumes
- Sí mamá...

Ella lo sabía, él lo hacía. Él sabía que ella se preocupaba, ella no tenia tiempo para preocuparse, bastante ocupada estaba ya con su trabajo como para pensar en "pre-".

Y, sin embargo, se preocupaba.

martes, 15 de diciembre de 2009

Recuerdos nocturnos de la undécima planta de un hospital

Ahora entiendo, muy profanamente, la peregrinación en las religiones. Cuando uno vuelve a un lugar que, aparentemente, le ha cambiado la vida... el lugar cobra toda la significación como hito que inspira y guía los pasos venideros. Y es que, para el enfermo, no hay mejor lugar para el emerger de la creatividad que la inestable calma de un pasillo de hospital en las noches cerradas de invierno. Paseando, en las noches oníricas de la planta de un hospital, solitario y sorteando reflexiones sobre el devenir, uno siente el frágil impulso que da alas a la vida, la terca voluntad de seguir viviendo.

Explosions In The Sky, "First Breath After Coma" --> http://www.youtube.com/watch?v=w0o8JCxjjpM


lunes, 14 de diciembre de 2009

Sangre

Hay un problema que me desgarra y ahoga mi corazón en un barreño helado. Empiezo a entender que el hombre contemporáneo es hijo del nacimiento de la subjetividad en la era moderna; es hijo del entornar los ojos hacia dentro para buscar las respuestas en las supuestas evidencias del pensamiento. Un hijo que encuentra sus tatarabuelos en el escepticismo, que niega la búsqueda de veracidad en el mundo, y en el cristianismo, que incita a la búsqueda interior reuniéndose con Dios. Es la ambición de saber, de comerse y conceptualizar el mundo, la que ha llevado al hombre a crear ese invento moderno al que llamamos conciencia: encontrar las respuestas en la reiteración constante de mi pensar. Y el hombre contemporáneo pregunta: "¿estás ahí?", y el yo siempre responde: "con más seguridad que la mano que tienes delante"

El hombre contemporáneo es un viajero perdido en su mismidad, un Odiseo que jamás encontrará su casa buscándola en su interior; el hombre contemporáneo se halla en un perpetuo viaje de vuelta hacia su casa, hacia sí mismo, hacia ninguna parte. El sentimiento nostálgico no es otra cosa que el deseo de volver al apacible calor del hogar, un hogar sangriento, al que sólo se puede llegar si nos abrimos en canal y nos metemos dentro de nosotros mismos.
Y el hombre contemporáneo llora y se desgarra la piel, él mismo es el hogar y él mismo se mutila entornando sus ojos hacia sí mismo. Y para cuando ha visto algo en su interior, para cuando ha sacado a la luz la intimidad, la conciencia y la subjetividad... el hombre contemporáneo se da cuenta que está sólo. ¡Ah! Más sangre, más desgarramiento, más vísceras... le asalta el terrible dilema, o yo o los demás, o individuo o comunidad.

Ahí están, el Henry Haller de Hesse, el febril buscador de oro de London; todos, hijos de la subjetividad, enfermos de mismidad que rechazan las posibles evidencias externas y se ahogan en su dolorosa individualidad. Lobos esteparios que quieren andar y cazar en soledad, encontrando respuestas, acallando y apaciguando sed y hambre en sus solitarios colmillos; aún a sabiendas de que, la carne que comen y cazan, proviene del otro, de la comunidad, del estado, de la nación, de la patria.

Hogar o monte, civilización o salvajismo, yo o mi vecino, mi mismidad o la nación; así se pasa las horas el hombre contemporáneo, arrancando los ojos de sus cuencas y dirigiéndolos ora hacia fuera ora hacia adentro. ¿Locura? ¡Estamos inmersos en un universal manicomio!
Doloroso y sangriento futuro el de estos lobos de estepa, esos desertores del ejército, esos apátridas, esos eruditos bibliotecarios, esos snobs urbanitas, esos corredores de bolsa, esos pastores de monte... doloroso y sangriento futuro el del hombre y su contemporaneidad.

Todos, absolutamente todos, somos hijos de esta vuelta a casa interminable, de este escudriñar entre las entrañas para sacar un extraño yo, una intimidad. Nadie puede escapar: todos, absolutamente todos, somos hijos de nuestro tiempo.

¡Qué ganas de montaña tengo!

Early Day Miners, "In These Hills" --> http://www.youtube.com/watch?v=Y92-d__Rbmw

martes, 8 de diciembre de 2009

Miedo y asco en Barruera

Esta no es una crónica cualquiera, es la exposición más o menos detallada del tránsito decadente entre una salida narcodeportiva y una salida narcótica. Sucedió en el puente de la Constitución (5/12/2009 - 8/12/2009)


Sábado, 5/12/2009
Era mi último día de trabajo. El último sábado del año en el que mis pies se deslizarían a las 6:30A.M. de mi cama a la oficina de Correos. El frío de la mañana me despertó sin la necesidad del café-laxante de la pseudo-máquina cafetera que habita en la oficina; miré a mi alrededor: cemento, coches, tapias, pavimento, relojes, prisas...
Con el triste panorama que rodea mi habitual peregrinar hasta la oficina, mi cabeza esa mañana no iba a sumergirse en las típicas reflexiones que acompañan mi semanal caminar matutino. El hastío y el tedio habían desaparecido, la esperanza de reencontrarme con las montañas sumergía esos sentimientos y ponía a salvo la inminente satisfacción que produciría en mi cuerpo ese reencuentro.
La mañana pasó como pasan todas las mañanas de los sábados en la cartería de Rubí: carta, sello, estampita, clasificación, murmullo, insulto, café, monotonía, carta, sello, estampita...

La escapada era inminente. Llevábamos un mes discutiendo el lugar y la actividad que ocuparían nuestro puente: esquí de fondo en Bujaruelo, raquetas, cabañas de pastores, etc. Al final, la nevada inmensa y el riesgo 4/5 de aludes en las cumbres de mi querido valle del Sobrarbe (Bujaruelo) hacen que nos decantemos por algún lugar donde no nos dejemos la vida. Pronto descubriríamos que la nieve en la montaña no es el único factor de riesgo para ponerse el pijama de pino.
Decidimos ir a Barruera, un colega nuestro conoce perfectamente el lugar y asegura que hay una cabaña de pastores donde pasar la noche y encender una hoguera, principal objetivo de nuestra salida.

Durante la tarde del sábado, después de salir de trabajar, caigo dormido en el sofá con la ayuda de mis espaguetis al atún (algún día os pasaré la receta) y el sopor de los capítulos de Los Simpsons repetidos. Mi colega, Míguel Moreno, me llama a las 18P.M. Me despierta. Nos vamos en una hora. No tengo nada hecho.
En una hora recopilo todo lo que creo necesario: ropa de abrigo, polainas, bastones, linterna, papel, pluma, calcetines, calzoncillos, cubiertos, música, guantes, bufanda, saco de dormir, esterilla, botiquín y un libro (El sentimiento trágico de la vida, Unamuno). Miro la predicción nivológica y pinta bien, un riesgo de 2/5 de aludes a partir de 2000m.

Míguel me pasa a buscar y rápidamente ponemos rumbo hacia Lleida, pasamos el viaje hablando de la vida y de las amistades con la ayuda de Loquillo en el reproductor. Al llegar al destino nos espera una amiga, Cristina, con la cena: un par de pizzas y vino.
Cenamos y nos dedicamos a digerir nuestra ingesta de pizza haciendo el capullo, el resultado: un vaso de vino derramado en la selvática habitación de Moreno. Decidimos calmarnos y preparar la mochila de Míguel para la salida; cuando deja de meter ropa de abrigo, ponemos rumbo hacia la fría noche ilerdense.
Yo decido salir con las mallas de caminar y las botas ante el rubor patente de mi colega. Un rockero, un pseudo-montañero y una andaluza salen en busca de algún trago con el que mitigar el reumático frío. Por el camino nos encontramos una estufa de leña encendida y dos montones de leña para quemar. Mientras Cristina y yo pensamos que es una buena idea para calentar las noches de los desamparados, a Moreno le pasa por la cabeza la gran idea de hurtar maderos de leña para nuestra hoguera en la montaña. Una ruín y gran idea, pero antes debíamos calentar el cuerpo. Me llevan a un bar genial, el "Jazz"; buena música y ambiente snob. Me pido un té verde y un té del Nepal, mi lengua no nota la diferencia y mi cabeza sospecha que todos los tés de la carta proceden del mismo envase...
Salimos de allí y vamos a una especie de antro con buena música; me pido un Aquarius y me animo. Un par de gilipollas y sus serviles prostitutas se empiezan a mofar a escondidas de mis pintas de montañero homofílico; antes de discutir o acabar a hostias, que ganas no faltaban, decidimos salir de allí.

Cuando llegamos al coche, Moreno pone la "Cabalgata de las Valquirias" de Wagner y nos dirigimos a hurtar los maderos de los desamparados para calentar nuestras noches.

La noche para mí acaba pensando en mis amigos. Pol y Uri, los dos componentes de la expedición que aún quedaban por llegar, estaban pasando la noche con sus novias en Rubí, y Moreno estaba con su amiga Cristina en la habitación de al lado. Gascón, nuestro guía en la Vall de Boí, está compartiendo su tiempo nocturno con Carme, su amor de los Pirineos. Yo, tumbado en una enorme cama, paso los últimos compases del día intentando consolar mi soledad con un libro de Meditación.

Domingo, 6/12/2009
A las 11 de la mañana me despierta la llamada de Uri, ya han llegado. Cargamos todo el material en el Nissan Micra de Pol. Aún no logro entender cómo pudieron caber las tres mochilas, los maderos, las mantas, la comida (un gran surtido de barbacoa) y... nosotros.
Enfilamos el camino hacia Barruera con los grandes éxitos de nuestra infancia sonando en el cassete del Micra: Chasis, Green Day y Doble V; cuatro tíos embutidos en un Micra escuchando "Flying Free", algo tremendamente bizarro.

Llegamos a Barruera a las 14h. El colega que conoce el entorno, Gascón, nos espera en el restaurante de la tía de su novia. Allí nos entregamos a los placeres gastronómicos antes de maltratar el estómago en el monte. Una vez terminado el simposio decidimos pasar a buscar hierbas espirituosas por la casa de la prometida de nuestro colega, Carme.

Cargamos todo el material a nuestras espaldas y pasamos por casa de Gascón a buscar unas cuantas maderillas para poder encender el fuego, algunos aprovechan para aposentar su trasero en el cómodo WC de su casa.

Así empezamos a subir hacia la cabaña: ataviados con maderas, comida, parrilla, vino y demás enseres. La risa y la burla ante tan intrépidos y penosos montañeros se palpa en el ambiente.
La caminata empieza a las 18h, con el sol poniéndose en el horizonte.
Gascón y su novia nos acompañan en las primeras rampas, pero luego nos abandonan para dedicarse a placeres diferentes al senderismo.

Nosotros seguimos ascendiendo con los mochilotes a cuestas; el ocaso nos obliga a encender los frontales. Pronto nos damos cuenta de que las polainas no será una carga útil en nuestras espaldas, la nieve es escasa pero da cuenta del frío que hace por aquellos valles.

No tardamos demasiado en ganar altura y nuestros ojos van buscando la cabaña. En la oscuridad aparece la primera construcción humana del camino, una austera ermita; ya no queda demasiado para llegar a nuestro destino. Unos pasos más entre la cerrada noche y, al fondo, vemos asomar la silueta de lo que parece ser una cabaña de pastores.

La sonrisa aparece en el rostro de los cuatro amigos, entramos en el refugio y pronto hacemos de él nuestro hogar. Encendemos el esperado fuego y empezamos a organizar el material: colgamos la ropa, preparamos las camas y sacamos la comida. La oscura noche solo nos permite imaginar el bonito entorno en el que nos encontramos, los límites de nuestro universo se reducen a la cabaña y sus alrededores; por la mañana ya habrá tiempo para expandir las fronteras.

La noche avanza entre vino, botifarras, panceta, pan y risas. Yo sigo terco en mi abstinencia alcohólica e intento dar largos tragos al agua embotellada que habíamos adquirido en el colmado de Barruera. Pronto nos vemos absorbidos por la hipnosis del fuego; una extraña hiperactividad invade mi mente y no puedo parar de ingeniar instrumentos de filtración de agua, antorchas con madera y panceta, ollas con nieve cerca del fuego para hervir y conseguir agua "estéril"... mantenemos vivo el fuego toda la noche y decidimos irnos a dormir.
Pol nos advierte que es peligroso dejar el fuego encendido, pero el frío no nos deja pensar con claridad y decidimos dejar que los maderos sigan quemando y mantengan el hogar en calor; Pol, obstinado en su advertencia, deja una ventana abierta.

Uri me despierta a eso de las 5h de la mañana y, casi sin poder respirar, enciendo la luz. Pol tenía razón. Estamos inmersos en una nube de hollín, el humo me obliga a salir corriendo del saco; bajo la escalera y encuentro a Uri intentando respirar algo de aire puro por la ventana. Recorro todo el camino hacia la puerta de la cabaña sin respirar y abro la puerta del refugio. Una sola idea recorre mi mente: hemos estado cerca de quedarnos dormidos para siempre. Moreno, en su habitual tranquilidad elegante que le caracteriza, aún estaba en el saco preguntándose el motivo de tal jaleo; yo creo que el CO2 le había dejado semi-K.O.

Solucionada la capullada y dirijidas nuestras disculpas a Pol, volvemos a dormir. Posiblemente la ventana que dejó abierta nos salvó la vida.

Lunes, 7/12/2009
Me despierto a las 10:30 de la mañana. Despierto a Moreno y a Pol, nos vamos a hacer algún pico. Uri se quedará de guarda en el refugio. Almorzamos unos espaguettis de sobre y un té. Refundimos ropa de abrigo y comida en mi mochila y enfilamos por la pista forestal.

Miro hacia arriba y decido hacer el pico que está justo detrás de la cabaña, debemos ladear la falda de la montaña y ascender por una ladera que nos llevará en diagonal hacia la cumbre. El día se ha levantado cerrado, a veces las nubes se despejan y nos dejan ver la majestuosidad del valle en el que nos encontramos: de aspecto glaciar y salpicado por clapas de nieve.

Continuamos ascendiendo en zig-zag por la pendiente más llevadera de la ladera que, con todo, era muy empinada. Cuando faltaban unos 30min para hacer cima, la niebla surge del pico y desciende hacia nosotros; y detrás de las montañas se observa el avance de una tormenta. No llevamos mapa ni brújula y decidimos dar por concluído el intento.

Bajando nos pilla la lluvia y decidimos ponernos a correr hasta la cabaña.

Llegamos y nos encontramos a Uri dentro de la cabaña, parece un leñador de antaño. Nos recibe y rápidamente se pone a encender un fuego. Colgamos la ropa y nos secamos. No tardamos en hacer brasas y poner carne en la parrilla, nos damos un buen festín.

La lluviosa tarde hace que algunos suban a dormir y que otros se queden a la vera de la hoguera. Yo decido servirme un Moscatell con nueces, rompiendo levemente mi abstinencia alcohólica; Pol y Moreno me secundan, y pasamos charlando un rato cerquita del fuego.
Acabado el vino dulce, decido sumergirme en la lectura de Unamuno y salgo fuera a leer. La tarde acompaña la lectura: el porche de la cabaña me protege de la fina lluvia, se escucha un río cercano que juguetea con la gravedad y, desde el interior del refugio, se escuchan los maderos crepitar.
Cuando avanza la tarde y pasan las páginas de mi libro, el cielo se despeja y deja ver un surtido de colores propios del atardecer de las cumbres. Moreno sale a mi encuentro y mantenemos una charla que acompaña los colores del paisaje.

La madera se acaba y salimos a buscar troncos secos, en un momento la niebla se cierne sobre nosotros y el sol que nos iluminaba desparece entre las nubes. La tarde se ha tornado en noche en un abrir y cerrar de ojos; entramos a la cabaña y ponemos a secar toda la madera al lado de la ya incandescente hoguera. Cabe destacar el poder secante del fuego que habíamos creado, que derritió las suelas de las botas de Pol que previamente dejó a la vera de la hoguera para secarlas.

Esa noche la pasamos consumiendo toda la comida que quedaba en el refugio y haciendo eternas bromas y juegos antes el hogareño crepitar del fuego. Cuando nos entra el sueño, hacemos caso a Pol y apagamos nuestro cariñoso y humeante compañero.

Me desperté entrada la noche para ir a mear, al salir fuera me encuentro con un espectáculo sensitivo: la luz de la luna ilumina el valle y se perfilan todas las siluetas de los montes y las clapas de nieve. Despido al paisaje nocturno y a Orión que nos vigila esa noche.

Martes, 8/12/2009
Nos despertamos, esta vez sin humo, y nos dedicamos a tocar la moral a Oriol, que duerme como un cacique con su saco y su manta.
Cuando nos cansamos, nos ponemos a recoger nuestra morada y Pol se entrega a la difícil tarea de restaurar sus maltrechas botas con tiras de esparadrapo.

Barrido el refugio y hechas las despedidas pertinentes, ponemos rumbo hacia Barruera. El cielo está precioso y carece de nubes; los colores del valle se expresan con toda su potencia. Me quedo rezagado tirando unas fotos y respiro el aire de montaña. Me quedo mirando el paisaje y recuerdo mi amado valle de Bujaruelo. No sé cuando volveré a pisar las montañas pirenaicas y desconozco si volveré a ver sus contrastes, al llegar a casa sé que me esperan días de reclusión en las bibliotecas y libros. Tomo aire para darme esperanzas y me prometo a mi mismo que trabajaré con ahínco para merecerme otra vuelta a la naturaleza.

Más adelante Moreno se detiene para dejar que los alimentos hagan su último viaje por el cuerpo; eso me permite reunirme con mis amigos en el camino de bajada.

Al llegar a Barruera compramos todos los alimentos azucarados posibles y ponemos rumbo hacia Lleida. Tenemos prisa, Pol debe dar cuenta de su absentismo laboral en el Telepizza.
En las calles leridanas dejamos a Moreno y nos comemos un bocata en el famoso bar que nuestro compañero frecuenta cada mañana. Lo despedimos y ponemos rumbo hacia Rubí.

Conclusión final.
  1. Haced caso a vuestro amigos biólogos en materia de CO2 y muerte por ahogo, y lavad vuestra ropa después de la exposición constante a una hoguera.
  2. Aprovechad la montaña para echar de menos las comodidades de la civilización: fruta y verdura frescas y alimentos azucarados.
  3. En un ambiente de intoxicación por CO2 y bebidas espirituosas, me limité a intoxicarme con una larga exposición al humo y un par de vasos de Moscatell.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

¡Adiós vieja amiga!

A Scott le encantaba leer, podía pasar tardes enteras inmerso entre las amarillentas hojas de algún libro de filosofía o releyendo viejos relatos de aventuras que ocurrían en la basta estepa ártica.
Scott no era el típico chico enclenque y enfermizo que pasaba los días de su vida encerrado en una biblioteca, no podía leer si su cuerpo no estaba cansado. Sus piernas, sus brazos, sus pulmones y su corazón necesitaban excitarse y estimularse. Era así como acallaba los tercos impulsos de su
cuerpo, era así como dejaba su mente libre y podía entregarse a la lectura.


No era Scott un chico de urbe, aunque vivía en ella. Cuando pasaba demasiado tiempo entre el cemento, entre los coches, entre la filosofía erudita y la literatura intelectualoide, le invadía un hondo sentimiento de vanidad: se veía a si mismo orgulloso de estar viviendo en esa ciudad, orgulloso del cuerpo que estaba consiguiendo y del coche que conducía, orgulloso de entender los fragmentos de Heráclito, orgulloso de leer a los autores más snobs del momento. Cuando se veía enorgulleciéndose de esas cosas tan vanas, tan vacías, tan exentas de vida... se lanzaba a la lectura de Miller, de los relatos inmersos en la pura naturaleza de London, en la vida salvaje de Bukowski. Por sus venas galopaba el nihilismo y cualquier conversación que fuera más allá del sexo, el fútbol o la posibilidad del suicidio, le aborrecía implacablemente.


Este estado caótico e intelectualmente destructivo causaba heridas sangrantes en el alma de Scott; sabia que la cultura estaba recubierta con el velo de las tres parcas. Sabía que el cemento, los coches, la filosofía, la salud y la literatura estaban cubiertos de una podredumbre cadavérica; las construcciones arquitectónicas no podían superar la magnitud de las cumbres, la velocidad del carromato era artificial y exenta del placer que producía avanzar entre la hierba alta en una mañana fresca de verano, la idea de belleza en aquél pensador de la edad media no tenía nada que ver con la experiencia estética que sentía Scott cuando sentaba su cansado trasero en el remanso de un río y miraba las nubes corretear entre las crestas de los cerros, la descripción literaria de cualquier paisaje era, sin lugar a dudas, de una calidad ridículamente inferior a la directa expectación del mismo paisaje. La cultura lo alejaba de la vida; la cultura cercenaba, despreciaba y empobrecía su experiencia. La cultura prefería la razón, Scott prefería la vida.


Esta agonía era solucionada de forma muy sencilla: escapar unos días a reencontrarse con la inmensidad de la naturaleza. Allí Scott saciaba su ansia de vida; recorría valles, dormía en las laderas, se bañaba en los lagos, ascendía a las hermosas cumbres, observaba a los rebecos, pesaba en los ríos, charlaba con los lugareños y observaba sus labores arraigadas a la tierra. De repente, a Scott le entraban unas ganas tremendas de verter su experiencia sobre el papel, de reflejar sus ideas con su pluma. En ese preciso momento Scott volvía a casa, su vuelta a la vida había concluido.

Este periplo, este ir y venir entre la razón y la vida se daba unas tres veces al año en Scott. Sus amigos y su familia lo habían comprendido; muchos lo consideraban como un febril loco pero, quien realmente lo conocía, sabía que Scott necesitaba de este ir y venir para, precisamente, no acabar con sus carnes en el manicomio.
Muchos pensaban que Scott era una especie de bohemio drogado. Nada más lejos de la realidad. Scott sólo bebía agua, café y zumo de naranja; necesitaba estar en plena forma y en salud para sus escapadas hacia la vida. Era un eterno luchador, solucionaba sus problemas con sus propias manos, con su propia mente, con la única ayuda de las substancias creadas por la digestión de alimentos que no intoxicaban ni su razón ni su capacidad de adaptación y experimentación.

Era Scott ante todo un ser racional, en sus etapas de racionalidad, y un ser experimentador, en sus vueltas a la vida. Sorprendentemente, fue en una etapa de raciocinio en la que ocurrió todo. Scott sabía que muy pronto debería preparar la mochila, empezaba a notar que la filosofía era pura palabrería y sabía que el cemento que pisaba era demasiado regular... necesitaba volver a la vida, dónde los caminos son tortuosos e irregulares y la filosofía sólo surge cuando uno ha encendido un buen fuego y sostiene una trucha ensartada en una rama sobre el rabioso crepitar del útil regalo de Prometeo. Pero esa tarde, la ambición experimentadora de Scott le asaltó demasiado temprano: pidió una ginebra con zumo de naranja. Jamás había probado el alcohol, la razón se lo había impedido, sabía que era perjudicial para sus neuronas y su estado de forma; aún así, decidió experimentar en sus propias carnes el efecto de esa combinación.

Scott notó cómo el ardiente combinado bajaba por su garganta. La combinación le pareció asquerosa e insoportable; aún así, empezó a encontrarse bien. Los problemas filosóficos, los problemas familiares y los dilemas morales se desvanecían a cada trago. Pronto notó la maravillosa sensación de la deshinibición y el desarraigo de los problemas, a cada trago sus preocupaciones desaparecían ante un halo de confusión y excitación.

No hace falta decir que Scott no preparó la mochila. Se quedó en la urbe. Antes había solucionado sus problemas con la reflexión y, cuando estos le atormentaban o le parecían inútiles, marchaba al monte. Ahora solucionaba sus problemas con un trago y, cuando ese trago le parecía inútil, se tomaba otro. Encontró una solución inmediata y poco dolorosa a sus problemas: la ginebra. Pensar exigía esfuerzo y no pensar, vivir en el monte, era cansado y arriesgado; la ginebra era fácil y estaba al alcance de cualquier mano que aún pudiera distinguir entre el vaso y la barra del bar.

Así pasó largo tiempo la vida de Scott: entre la casa de sus padres y el bar. Perdió amigos, dejó la universidad y su estado de salud era... sin eufemismos, asqueroso. Es posible que os estéis preguntando de dónde sacaba Scott el dinero para afrontar tal empresa; imaginaos lo peor y aún os quedaréis cortos.

La vida de Scott habría acabado en ese antro si no llega a ser por un pequeño altercado que se produjo una tarde en el monótono bar. Scott estaba sentado en la esquina del revistero, como siempre, mirando impasiblemente la ginebra fresca en su vaso. En ese momento entró alguien aún más borracho que él y, camino del lavabo, tropezó con el taburete de Scott; los dos cayeron hacia el mugriento suelo, el revistero se vino abajo y el vaso de ginebra se estrelló contra las baldosas. El borracho murmuró algo y el camarero vino a ayudarlos, pero Scott se quedó pasmado en
el suelo. No apartaba la vista de una revista abierta y mojada de ginebra. El camarero pensó que estaba inconsciente y decidió dejarlo allí, no quería problemas con la policía cuando aún quedaba mucho para cerrar el bar. Scott miró fijamente aquella revista, en ella aparecía una foto de las montañas y valles que él frecuentaba en sus constantes vueltas a la vida; por la mente de Scott pasaron sus años de juventud, sus idas y venidas entre la razón y la experiencia... y se sintió muerto. Se miró a si mismo en el reflejo de la barra metálica del bar... no había diferencia entre él y cualquier cadáver del cementerio. Se levantó como pudo, dejó la cartera en la barra con todo el poco dinero que había en ella, y se dirigió tambaleante hacia su casa.

Hizo la mochila aún borracho y recopiló todas las botellas de ginebra que habían en su habitación. Bajó las escaleras apoyando todo su peso en el pasamanos. Salió a la calle y la luz que atravesaba las lluviosas nubes le cegó, con la mente decidida y con el paso torpe llegó a un callejón solitario y frío. Sacó la reserva de ginebra de su mochila y estampó cada botella contra la húmeda y mohosa tapia con un grito de "¡Adiós vieja amiga!". Cada grito tomaba más conciencia del tiempo pasado junto al revistero y a cada grito le seguía un sollozo que buscaba el siguiente casco de ginebra que iba a ser más rabiosamente mutilado que el anterior. Cuando terminó se llevó las manos a su cara y, de entre los dedos, salieron dolorosas lágrimas; quiso otro trago para calmar su angustia, pero sabía que la vida exenta de dolor es una vida moribunda, una vida bañada entre ginebra es una vida amargamente edulcorada, es una vida análoga a la muerte misma. Se puso la mochila a la espalda y sus pies pusieron rumbo hacia el monte, hacia la vida.