jueves, 20 de agosto de 2009

El segundo cuento más corto del mundo

Cuando se levantó, pensó que todo podría cambiar. Esperó a que algo pasara. Cuando se cansó de esperar, fué al barbero para rapar al cero la gran cantidad de cabello que había crecido en su paciente espera.
La cuchilla del rapaz barbero le desveló el engaño: Mahoma nunca había acercado a sí mismo una montaña, era el sufrido profeta quien se hechaba a andar. Fué entonces cuando maldijo, a partes iguales, el refranero popular y su fanática devoción por él.


Vicisitudes de un verano

Rubí, 30º a las 20h. Calor, mucho calor. Y humedad. Pañuelos. Infusión de romero y limón. Cebolla debajo de la cama. Zumitos de naranja. Caldito con arroz. Evidentemente, esta no es la estampa propia de un verano; es la maldita broma que me ha gastado mi sistema defensivo: un cuadro gripal.

Es interesante ver como todo sabe a esa especie de "moco líquido", el café tiene el bouqué a moquillo y el caldo tiene ese regusto profundo a nariz.



domingo, 16 de agosto de 2009

Tolstói y el sentido de la vida

No han sido pocas veces las que el tedio se ha apoderado de mi y me ha hecho caer en la rutina y el aburrimiento. Aquellos días soleados en los que te levantas y te preguntas "¿Por qué salir?", "¿Por qué esforzarse?", "¿Por qué creer?"... unos días tristes en los que lo único que puede llegar a alimentar el cerebro puede ser alguna película mínimamente interesante, y lo único que estimula el cuerpo es el camino del sofá hacia la nevera para abrir una cerveza.


Estos momentos los suelo superar a base de poner cualquier canción estimulante, enfundarme el maillot y escapar con la bicicleta; cuando vuelvo, con el ánimo más calmado y las piernas ardientes, la cabeza está más predispuesta para poder digerir cualquier tinta impresa en papel A4 doblado en formato cuartilla.


Aunque, no es una solución radical, es útil a corto plazo.


Hace unos días terminé de leer "Confesión" de Lev Tolstói. El libro lo compré en Vigo, lo primero que me llamó la atención fué una inscripción en la portada que decía:

Las palabras de Tolstoi acuden a mi mente una y otra vez. En su momento fue esta obra la que realmente me mantuvo en vida [Ludwig Wittgenstein]
Si entre los modernos alguien pudiera compararse con Homero, creo que solo Tolstói podría afrontar desafío tan descomunal. Si Homero nos ayuda a comprender el alba de nociones como alma y espíritu, Tolstói nos ayuda a comprender la pavorosa soledad del hombre moderno [Juan Pedro Quiñonero]


Y no es para menos, son 146 páginas contundentes que más que brindarnos la verdadera esencia de la vida, nos dice lo que ésta no es. Así Tolstói emprende una batalla contra el academicismo y las minorías intelectuales, a favor de la gente que trabaja la tierra y el metal: <<Las condiciones de lujo en las que habitábamos [la clase intelectual] nos privaban de la posibilidad de comprender la vida, y que para entenderla debía comprender no la existencia de una minoría, de nosotros, parásitos, sino la del sencillo pueblo trabajador, que la crea y le da sentido>>


El verdadero sentido de la vida no se halla en los cafés bohemios, en las discusiones sobre el sexo de los ángeles, en los "papers" académicos o en cualquier clase de filosofía; el verdadero sentido de la vida se halla en el campesino que trabaja la tierra, en el pastor que atiza a la res para que no se detenga... es decir, el intelectual se pregunta "¿Por qué vivir?", el campesino se limita a "vivir". De alguna manera la ignorancia aporta felicidad, pero como muy bien dice Tolstói, una vez nos hemos preguntado por el sentido de nuestra vida, ya no hay vuelta atrás; no podemos simular ignorancia y limitarnos a vivir.
El siguiente fragmento acompaña siempre el pensamiento de alguien que se ha questionado esa pregunta:
Mi pregunta, la que a los cincuenta años me condujo al borde del suicidio, era la más sencilla: reside en el alma de todo ser humano, desde el niño estúpido hasta el anciano más sabio, una pregunta sin la cual la vida es imposible, como yo mismo he experimentado. La pregunta es: "¿Que resultará de lo que hoy haga? ¿De lo que haga mañana? ¿Qué resultará de toda mi vida?". Expresada de otra forma, la pregunta sería la siguiente: "¿Para qué vivir, para qué desear, para qué hacer algo?". O formulada todavía de otro modo: "¿Hay algún sentido en mi vida que no será destruido por la inevitable muerte que me espera?"
Tanto el campesino como el intelectual están expuestos a la abrumadora presencia de esta pregunta. Tolstói no encontró consuelo en ese pequeño círculo de pensadores que a través de la filosofía o la ciencia trataban de dar respuesta a la pregunta por la vida, y decidió volver a los orígenes. Y nunca mejor dicho. Volvió a los círculos religiosos de su infancia, que había abandonado en su juventud porque le parecían totalmente irracionales; ahora le seguían pareciendo irracionales, pero necesarios para seguir con vida.


Quizás yo no llegue tan lejos, quizás no vuelva a los círculos pseudo-cristianos de mi infancia, y simplemente me quede con algo que me consuela y me sirve para tener ganas de seguir viviendo. Quién sabe si hay un sentido indestructible a la muerte; pero yo no me fijo tanto en el sentido que mantiene la vida, sino como en el hecho de la muerte. La muerte es mi meta y mi fin, la muerte es mi aliento y mi empuje. Si una cosa tengo clara, es que voy a morir; y como diría Nacho Vegas, "cuando digo voy, es voy". Teniendo claro mi fin, puedo plantearme mi recorrido hacia él; y, cuando esté en mi lecho de muerte, me gustaría pensar: "Cuánto he visto, cuánto he sentido, cuánto he caminado, cuánto he sufrido, cuánto he reído, cuánto he disfrutado, cuánto he amado, cuánto he tocado... en definitiva, cuánto he EXPERIMENTADO"
Es la EXPERIENCIA la que alimenta mis ganas de vivir: las cervezas con los amigos, las caminatas por la montaña, los viajes, el calor, la enfermedad, una buena comida, una noche de sexo, una pelicula en invierno, dormir al raso, encender un fuego, estar por encima de las nubes, pelear contra uno mismo, etc.