Hoy, antes de desayunar (poner punto y final al ayuno nocturno) voy a descargar este quiste de rabia que he ido acumulando en estos días de Semana Santa, de misterio pascual. Allá vamos:
El hombre no puede vivir sin Ley, no ve en la ausencia de legalismo una pureza del concepto sino una ausencia peligrosa de forma. De la crítica profética al establecimiento de la monarquía davídica, del amor entorno al ágape a la necesidad de volver a un legalismo al más puro estilo judío. Todo lo que era contacto directo con Dios, se torna en contacto mediado a través de la monarquía; todo lo que era amor fraternal y libre, se torna en un amor mediado por lo que "el cristiano debe de ser"; y, no podía faltar, los perseguidos se convirtieron en los perseguidores.
El Vaticano dice ser el continuador en una línea de sucesión apostólica que baja directamente hasta Pedro; con ello, la Iglesia Católica se erige como sucesora y guardiana de los valores que el Cristo transmitió a Pedro. ¡Pobres católicos! Pedro fue un pobre judeocristiano sometido a las órdenes de Santiago, el impasible apóstol que no quiso abandonar la Ley.
Poniéndonos demagogos, podemos decir que la Iglesia Católica contiene en su sino la incomprensión del mensaje salvífico del Cristo: el paso de la muerte a la resurrección, el paso del ahogo de la Ley a la libertad del amor, el paso de un Dios aparentemente separado de su creación a un Dios que desciende para hacerse comprender. Y, como siempre pasa con lo humano, todo se procesa, se fermenta y la obra sale por el tubo de escape, por el ano: la libertad se torna en yugo, el Dios que se hace hombre se aparta de la humanidad tornando al Cristo en Pantocrátor, el acto amoroso del ágape se convierte en un acto de obligación para dar cuenta de la reiterada conexión con el misterio pascual.
Si el cristianismo es una contradicción entre lo que la mente me ordena y el corazón me suplica, el catolicismo es la amarga expresión de la naturaleza humana: la conservación de su antiguo legado -el respeto a las tradiciones- a través de su destrucción, digestión y excreción.
Por otro lado, sacando la siempre recurrente opción pseudo-marxista por la crítica a las estructuras de poder, debemos recordar que la Iglesia Católica toma el poder en Roma: se legaliza, se oficializa y se erige como la única opción posible.
¿Cómo cojones sucede esto? Entre muchas otras cosas que los eruditos de la temática os pueden explicar mucho mejor, hay una especialmente interesante: la Iglesia cristiana se convirtió, dentro del Imperio Romano, en un Estado espiritual dentro del Estado legal Romano. Su organización interna y su confraternidad llamaron la atención a muchos romanos: tenían una especie de seguridad social para sus miembros, solía dar cabida a los pobres y desheredados, el sentimiento de protección dentro de una comunidad era mucho mayor que la soledad que otorgaba el cosmopolitismo y eclectismo imperial. Al fin y al cabo, el hombre necesita manejar su existencia con unas normas de pertenencia sencillas y claras, necesita vivir en grupo y conectarse espiritual y pasionalmente con dicho grupo. De ahí el gran poder de los nacionalismos, de las sectas, de los partidos (nunca son enteros) políticos, etc. El cosmopolitismo da miedo, el hombre suele conservar aquél instinto básico del neolítico: que lo ataba a seguir apegado en su unidad familiar, pues el contacto con otros grupos traía más problemas que beneficios. Evidentemente, cuando estos contactos se hicieron por interés, por comercio, la cosa marchó muy bien.
Nota a los internacionalistas humanitarios o cualquier patraña hippie: el contacto entre culturas se lleva a cabo por aquella fórmula tan humana -luego, tan religiosa, tan política, etc.- que es el do ut des, doy para que me des. El contacto con otras culturas, al menos en su primer momento, se ejecuta desde la pulsión del comercio. Al principio, lo que lleva al hombre a salir de su cueva para ir a buscar otros grupos es, eminentemente, el interés interesado en el beneficio del comercio.Retomando la cuestión, la iglesia cristiana no sólo llamó la atención a los pobres, a los mutilados, a los desheredados... también llamó la atención a más de un alto cargo del ejército y del senado. Estos hombres, ávidos de poder, veían en la estructura de dicha iglesia una posibilidad para saciar su sed de poder, un manjar que el Imperio cada vez ponía menos sobre la mesa: la estructura de la Iglesia ofreció la oportunidad de alcanzar la gloria cuando el poder del senado había venido terriblemente a menos ante el emperador. Al final, el Imperio Romano se encontró con un movimiento al que pertenecían tanto los estratos más bajos de Roma como sus individuos más poderosos. En este punto, la fórmula de "si no puedes luchar contra ello, únete" acabó triunfando.
En fin, con la barriga aún vacía y deseosa de comerse esos cereales matutinos y ese café de cafetera italiana que deja impregnada los azulejos de la cocina con un entrañable aroma a hogar, pongo punto y final a este desquite. Puedo aceptar el cristianismo, pero jamás aceptaré las contradicciones con sus principios que, entre ellos, el catolicismo representa: no veo en el Vaticano ese amor fraternal del ágape, no veo en el Vaticano la libertad que Pablo predicaba, no entiendo por qué el Vaticano necesita tener riquezas.
Y es que, al fin y al cabo, el Vaticano viene a representar lo que Unamuno ya apuntó: que el hombre cristiano vive a caballo entre la realidad mundana y la promesa celestial; mientras, muchos aprovechan para beneficiarse lo más posible, no vaya a ser que aquello de la promesa celestial sea eso, una promesa.
El Vaticano, como institución espiritual, no necesita tener riqueza alguna; ahora, como institución estatal y jurisdiccional, heredera de las ambiciones políticas de su época romana, necesita -como todo Estado- tener unas arcas repletas de oro y de una guardia armada. Y digo yo, ¿qué pasaría si Pablo viera todo esto? ¿Volvería a tomar la espada y perseguiría a los que se han tornado en legalistas o se apuntaría al carro? Que un crío de 23 años se decante por la segunda opción es un posible reflejo del mundo actual: decadente, opiáceo y neo-apocalítico.
PS: Amén.
PS2: Ratzinger no es el Papa, es el Presidente Vigente y Poderoso del Estado Vaticano, que celebra sus elecciones -muy macabros ellos- cuando el Presidente estira la pata o, en su defecto, cuando le obligan a vestir el pijama de pino.
la religió, espero, acabarà desapareixent algun dia... (molt llunyà)
ResponderEliminarViva el papa! Viva el catoliscismo apostólico Romano! Viva españa! Viva el Rey!
ResponderEliminarEres un rojillo de mierda!
Viva el leísmo! Viva el vivismo! Viva el chupatintismo! Viva el albacetismo!
ResponderEliminarAnónimo, tienes un problema: no entiendes una mierda de lo que he escrito, o no me conoces. De lo que he escrito puedes concluir que soy Erasmista Primitivo de la Comunidad Paulina de Antioquía (EPCPA).
Rojismos, comunismos, catolicismos, pepísmos, progresismos, panteísmos, budismos, marxismos, falangismos, islamismos, izquierdismos, jacobinismos, conservadurismos, judaísmos y demás "ismos" metételos por tu sagrado y tan querido ojete.
Como no soy una rata asquerosa de biblioteca ni un erudito de cátedra estaría encantado en que te quitases el velo del anonimato para poder batirnos en combate como dos compañeros de colegio al salir de clase, por espetar ese "rojillo" que tanto daño hace en un férreo detractor de toda etiqueta política que comprime y asfixia el alma.
"Ahorraréis pero no compraréis". Miguel de Unamuno, "Agonía del Mercadona"
PD: Miguelillo, sé que eres tu cabroncete!
Ya lo dijo el maestro Aute: "no es en vano que se llame Vatic-ANO el Vaticano", o aquello de "todo tiene su contrario: blanco-negro, arriba-abajo, Dios-el Papa,...". Parece mentira que, entrados ya en el S.XXI, exista todavía esta farsa anacrónica que es la Iglesia. Pero bueno, qué le vamos a hacer...
ResponderEliminarEn cualquier caso, gracias por pasarte por nuestra página, me alegro que la reseña de Walden te animara a leer el libro. Estoy seguro de que vas a disfrutar con él, es un texto de una fuerza poco usual, y al menos para mí fue un gran descubrimiento.
¡Un saludo!