Debo advertir que no es un libro apto para los oníricos momentos de duermevela; compila las lecciones de un curso universitario que, como tal, debe recibir la atención solemne del estudio y no le lectura liviana del pasatiempo. Aunque, aquí, Ortega me achacaría una mala interpretación de su método pedagógico:
La quilla de la cultura, el estado de ánimo que la lleva y equilibra es esa seria broma, esa broma formal que se parece al juego enérgico, al deporte, entendiendo por tal, como es sabido que yo entiendo, un esfuerzo, pero un esfuerzo que, en oposición al trabajo, no nos es impuesto, ni es utilitario ni es remunerado, sino un esfuerzo espontáneo, lujoso, que hacemos por el gusto de hacerlo […]. La cultura brota y vive, florece y fructifica en temple espiritual bien humorado -en la jovialidad-. La seriedad vendrá después, cuando hayamos logrado la cultura o la forma de ella a que nos referimos –así, ahora, la filosofía- [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]
Con este curso Ortega espera, oponiéndose a la desesperación, ver florecer el germen de la filosofía en las mentes de los madrileños que asisten a sus lecciones. Y es que el germen de una filosofía es, a la larga, el germen de una nueva vida; sin embargo, como Ortega nos advierte, estos conceptos (el de filosofía y vida) parecen antagónicos y contrapuestos.
Lo que en una obra importa es lo que recoge de dicho contexto, lo que aúna y lo que rechaza, lo que crea con los pedazos de lo que destruye, lo que recuerda y lo que olvida; y esto es, las lentes nuevas que la obra crea para observar desde otra perspectiva lo que el hombre ha observado siempre: la relación entre él y el mundo. Y estas lentes, valga de nuevo la perogrullada, están construidas con la materia propia de cada tiempo humano, de cada contexto, de cada paisaje, de cada circunstancia.
Los coetáneos de Ortega, y él mismo, dan cuenta de la agonía latente entre el individuo y la comunidad, entre España y sus confines, entre el devenir del hombre de a pie y el devenir histórico, entre creyente que espera creer y Dios.
NOTA AL MARGEN: Como apunta Unamuno en su “Agonía del cristianismo” entiéndase “agonía” por lucha y no por la desesperación del moribundo. Agonía es desesperación esperanzada, es la lucha que se da en el seno del hombre y lo posiciona como agonista, como luchador; unas veces será protagonista y otros antagonista pero si cede, si deja de agonizar, de luchar, la desesperanza envuelve con sus brazos de hierro al moribundo y el óbito, metafórico y moral, sucede en el cansado cuerpo del que ha cedido. Así, el moribundo puede conservar su salud y cuerpo, pero su alma ha sido cercenada por el helado corte de la guadaña. Muy a pesar del vago, la inmortalidad no consiste en la calma y la relajación, sino en la constante lucha por existir, que no es otra cosa que estar siendo, estar agonizando, estar luchando; aunque quizá aquí no quepa la mordaz pluma de Ortega es interesante decir que él apuntaría “existir es decidir”
Ortega será heredero de todo este convulso acontecer, viviendo el fin de la aparente tranquilidad de la regencia de Isabel II y el reinado de Alfonso XII con el levantamiento de Primo de Rivera, estableciendo una dictadura que suplía el ya cadavérico sistema de alternancia de partidos.
Unamuno expresará esta ineludible necesidad de los jóvenes españoles: “El libro es en España –escribe- más imprescindible que en otras partes. Donde hay más cultura en el ambiente social que la que aquí hay, recíbela uno sin saber cómo: de conversaciones, de la lectura de diarios, de conferencias, del espectáculo mismo de la vida, aquí tenemos que suplir cada una de las deficiencias de la cultura ambiente y las deficiencias de nuestra educación; el español se ve obligado a ser autodidacto” [Pedro Laín Entralgo; La generación del 98]
No vamos a encontrar en las lecciones que presenta el libro una historia de la filosofía en toda regla, aunque hay páginas que muestran con clara lucidez la génesis de conceptos tan importantes para la filosofía como “ser”, “conciencia”, “subjetividad”, “intimidad”, etc. A uno le dan ganas de arrancar dichas páginas y colgarlas en la pared de su habitación como si se tratara de un gran tesoro hallado en un largo viaje.
Es el libro de Ortega un viaje hacia el centro de la filosofía de nuestros días, parte del simple juego, de lo sencillo y jovial, pero poco a poco va girando sobre sí mismo, concentrando sus esfuerzos por llegar al mismo centro y sacar a la luz lo que el vocablo “filosofía” significa. Cuando aún me faltaban un par de giros concéntricos para acabar el periplo orteguiano no pude contener mi dolor ante lo que pasaba delante de mis ojos y mis manos se lanzaron a escribir lo que sigue:
Antigüedad y modernidad coinciden en intentar, bajo el nombre de filosofía, el conocimiento del Universo o cuanto hay. Pero al dar el primer paso, al buscar la primera verdad sobre el Universo comienzan ya a discrepar. Porque el antiguo parte, desde luego, en busca de una realidad primera, entendiendo por primera la más importante en la estructura del Universo. Si es teísta, dirá que la realidad más importante que explica las demás es Dios; si es materialista, dirá que la materia; si es panteísta, dirá que una entidad indiferente, a la vez materia y Dios –natura sive Deus-. Pero el moderno detendrá toda esta pesquisa y disputa diciendo: es posible que, en efecto, sea esta o la otra realidad la más importante en el Universo, pero después de que lo hubiésemos demostrado no habríamos adelantado un paso –porque ustedes han olvidado preguntarse si esa realidad que explica a las demás la hay con toda evidencia; más aún si esas otras realidades explicadas por ella, menos importantes que ella, existen indubitablemente-. El problema primero de la filosofía no es averiguar qué realidad es la más importante, sino qué realidad del Universo es la más indudable, la más segura –aunque sea, por caso, la menos importante, la más humilde e insignificante-. En suma, que el problema primero filosófico consiste en determinar qué nos es dado del Universo –el problema de los datos radicales-. La antigüedad no se plantea nunca formalmente este problema; por eso, cualesquiera sean sus aciertos en las demás cuestiones, su nivel es inferior al de la modernidad. Nosotros nos instalamos, desde luego, en este nivel, y lo único que hacemos es disputar con os modernos sobre cuál es la realidad radical e indubitable. Hallamos que no es la conciencia, el sujeto –sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo-. De esta manera escapamos al idealismo y conquistamos un nuevo nivel [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]
¡Qué más da que todo sea una falsa ilusión! No podemos pensarnos a nosotros mismos sin la relación indisociable con nuestro mundo, con nuestra circunstancia; incluso en los sueños no puedo soñarme sin el sueño que envuelve a mi ser soñado. Así, Ortega aúna filosofía y vitalidad, yo y mundo, individualidad y colectividad; de esta conjunción entre lo teórico y lo vital surge la vida humana. ¡Es imposible pensarme sin aquello que me rodea! ¡Imposible! El mundo no es ya la naturaleza de los griegos ni el sujeto proyectado de los modernos, el mundo es mi circunstancia. Yo soy en tanto que circunstanciado por mi mundo y el mundo es en tanto que atendido por mí.
El atributo primero de esta realidad radical que llamamos “nuestra vida” es el existir por sí misma, el enterarse de sí, el ser transparente ante sí. Sólo por eso es indubitable ella y cuanto forma parte de ella –y sólo porque es la única indubitable es la realidad radical […] Me doy cuenta de mí en el mundo, de mí y del mundo- esto es, por lo pronto, “vivir”. Ese “encontrarse” es, desde luego, encontrarse ocupado con algo del mundo. Yo consisto en un ocuparme con lo que hay en el mundo, y el mundo consiste en todo aquello de que me ocupo y nada más. Ocuparse es hacer esto o lo otro –es, por ejemplo, pensar [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]
Ortega pone la filosofía de su tiempo al alcance de aquellos que constituyen dicho tiempo:
Imaginen ustedes por un momento que cada uno de nosotros cuidase tan sólo un poco más cada una de las horas de sus días, que le exigiese un poco más de donosura e intensidad, y multiplicando todos estos mínimos perfeccionamientos y densificaciones de unas vidas por las otras, calculen ustedes el enriquecimiento gigante, el fabuloso ennoblecimiento que la convivencia humana alcanzaría. Eso sería vivir en plena forma; en vez de pasar las horas como naves sin estabilidad y a la deriva, pasarían ante nosotros cada una con su nueva inminencia. No se diga tampoco que la fatalidad no nos deja mejorar nuestra vida, porque la belleza de la vida está precisamente no en que el destino nos sea favorable o adverso –ya que siempre es destino-, sino en la gentileza con que le salgamos al paso y labremos de su materia fatal una figura noble [José Ortega y Gasset; "¿Qué es filosofía?"]
Esperanza nen, esperanza...
ResponderEliminarEso espero...
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