lunes, 26 de octubre de 2009

Cereales con leche

Esta mañana he desayunado cereales con leche. Al lado estaba mi padre, también estaba degustando cereales humedecidos en leche. He decidido poner algún sonido diferente para acompañar los crujidos y los sorbos de leche, estoy un poco harto de levantarme con las noticias de nuestro mundo. He puesto música tibetana, Nawang Khechog. Cuando ha comenzado a sonar mi padre no paraba de decir: "¿Pero que es esto?", "Que música mas aburrida" y la ristra de comentarios por el estilo que os podéis imaginar. Yo me estaba descojonando, parecíamos dos monjes de Lhasa invadidos por los productos alimenticios de Occidente.
Cuando rebañábamos los cuencos de cereales, ya pastosos, mi padre ha soltado la guinda: "Me pone nervioso esta música". Yo, interiormente, no podía parar de reírme y, al final, he soltado el típico comentario que soltaría un snob asqueroso con ganas de hacer de sus palabras un auto-onanismo: "Esta música permite que pienses en ti, las noticias te hacen olvidarte de ti mismo; por eso te pone nervioso"



En mi imaginación no podía caber ni un gramo más de alocada locura... me imaginaba un grupo de monjes tocando música tibetana, en su monasterio de Lhasa. De repente, un monje se levantaría con su té de mantequilla y se lo tiraría a los músicos, destrozando sus tambores y sus largos cuernos, mientras gritaba: ¡Parad esa mierda! ¡Me pone nervioso!. Al otro lado de la mesa, se encontraría un monje atípico: fumaría un cigarrillo de liar, liado con maquinilla; llevaría ropa pseudo-snob de cualquier tienda de ropa que imitara a la perfección la ropa que llevarían sus ídolos; a su vez, sostendría en sus manos un libro: "Cómo dar consejos para parecer atractivo, interesante y culto", estaría leyendo el capítulo 5, "Cómo acallar, muy educadamente, la ira de un sujeto para parecer culto, sereno y atractivo a una tercera persona". De esta guisa, el monje atípico leería en voz alta su capítulo para acallar aparentemente la ira de su amigo exhaltado, intentando llegar a los oídos de los músicos, a ver si podía persuadir a alguien con sus solemnes palabras y pasar una noche juntos, para "conocerse".

Mientras todo esto volaba en mi imaginación, me costaba tragar los cereales que quedaban, pues la risa estaba a flor de piel. La música tibetana aún seguía sonando. Mi padre no entendía muy bien la proferencia snob que había salido de mi boca; sinceramente, yo tampoco la entiendo ni la comparto, la he lanzado por augmentar el estado de comicidad en que se veía envuelta la cocina. Eso sí, mi padre se ha tomado en serio mi broma snob y me ha lanzado un: "Los filósofos deberían hacerse entender a las masas, deberían llegar al pueblo"


No han sido pocas las veces que he estado en total acuerdo con la afirmación de mi padre; pero cabe matizar esa afirmación. En la antigua Grecia era el conferenciante quien debía potenciar su naturaleza para llegar a entender los pensamientos que se forjaban en el diálogo y así, llegar a entender las ideas establecidas.
No es lo mismo un pensamiento que una idea, un pensamiento discurre, se dialoga, se cambia, se vuelve a reformular; una idea se da a través del pensamiento, pero la idea es estática, hija de su tiempo, hija de su propio contexto del que no puede escapar pues, sin él, no existe. Sé que éste es un apunte anacrónico, leído desde nuestro tiempo: en la antigua Grecia, decir que una idea era hija de su contexto, que hacía abstracción de lo universal (p. ej. la idea de "belleza" en el medievo y la idea de "belleza" en la actualidad) era impensable; pues las ideas eran algo universal y estático, el mundo se regía por ellas. El cambio y el devenir se hacían con arreglo a lo ideal, a lo universal, a la idea; el mal cambio o el devenir inesperado eran una mala imitación del ideal. Hoy en día solemos pensar que hay ideas estáticas (ideas abstractas, que se abstraen del contexto universal de la historia) e ideas en devenir (ideas que fluyen con el devenir de la historia, que se entienden a través de su reconciliación con sus antepasados, incluyéndolos y no destruyéndolos). El primer tipo de ideas pertenecen a lo que vulgarmente entendemos por "idea" y el segundo a lo que solemos llamar "pensamiento". Y, evidentemente, esta forma de diferenciar entre pensamiento e idea es una amalgama rara teñida por el paradigma hegeliano que, tarde o temprano, será substituido por cualquier otro; si no lo ha sido ya. En consecuencia:
ESTO HA SIDO UNA IDA DE OLLA, NO HAGÁIS CASO DE LO QUE HE INTENTADO EXPLICAR EN ESTE APUNTE.
Estábamos diciendo que en la antigua Grecia era el conferenciante el que intentaba llegar hasta el nivel del maestro que se expresaba, siempre teniendo en cuenta los límites de su propia naturaleza. Hoy en día, es el maestro quien debe rebajar la exigencia de su pensamiento para hacer compresible la lección al conferenciante. Esto puede entenderse en ámbitos didácticos primarios; es evidente que la divulgación es necesaria. Eso si, se están confundiendo los frutos caídos del árbol con el árbol mismo: la divulgación está suplantando al mismo estudio que la permite. Es como hacer una casa empezando por el tejado... ya sabemos lo que pasa, que se va a la mierda.
No podemos pretender, en el siglo XXI, volver a ser cómo los griegos; esto es imposible por dos motivos:
  1. Porque nuestro contexto lo impide
  2. Porque jamás sabremos cómo fue aquél pueblo. Siempre que estudiamos algo lo hacemos desde nuestro contexto, no podemos jugar a ser Dios. No podemos deshacernos de nuestro contexto, el lenguaje de nuestro tiempo siempre influenciará el estudio histórico. El estudio de la historia conlleva una contradicción: exige claridad y veracidad desde una perspectiva totalmente diferente a la estudiada.
Entonces, si somos hijos de nuestro tiempo, y nuestro tiempo quiere edulcorantes, necesita opiáceos, prefiere la divulgación facilona antes que el estudio sufrido. Si la sociedad no desea romperse los sesos, si quiere despreciar el dolor, si quiere rehuir el sufrimiento, si quiere aceptar la amargura con la ayuda de los edulcorantes, en vez de sacar algo en claro de dicha amargura... entonces la divulgación, la aparente claridad de lo complicado, acabará por comerse a su propio padre: el sufrido estudio. ¿Cómo lograr una salida a tal escollo? ¿Cómo compatibilizar educación, divulgación e investigación?


Nos vamos a permitir parafrasear a Jesús, sacarle de su contexto, va contra mi ideal de lo intelectualmente correcto, pero nos irá muy bien para aclarar la cuestión. Es posible que las palabras del ungido nos aporten un poco de luz al problema:
Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios
Luc., XX, 25
En este contexto, esta frase nos puede ser útil: la exigencia intelectual debe ir en acuerdo con el contexto en el que se expresa. La educación, la divulgación y la investigación precisan de diferentes medios, esfuerzos y exigencias. El filósofo debe ser claro y, por mucho que a Sócrates le pese, en nuestro contexto histórico esto significa que el filósofo debe adaptar su discurso según el tipo de audiencia que tenga. Eso si, el filósofo, ni que sea como una disculpa a Sócrates, debe exigir el esfuerzo del conferenciante para entender lo que se explica; es el esfuerzo el que transforma, el que nos hace estar vivos, los edulcorantes son placenteros pero matan.


Al final, pobre Sócrates y pobre Platón, ha acabado venciendo el "demos". El pueblo se ha impuesto y ha obligado a la filosofía a dilucidarse entre los conceptos abstractos del mismo "demos", surgiendo patrañas como la autoayuda y las CIENCIAS sociales.
No soy muy amigo de los extremos, no deseo ni una élite filosófica que nada tenga que ver con el mundo que pisa, ni una vulgar imitación de la filosofía vendida a 1€ en los kioskos. Prefiero quedarme con lo apuntado arriba: hoy en día el filósofo debe adaptar su exigencia según el tipo de conferenciante con el que se encuentre. El filósofo está llamado a ser una persona líquida, en devenir, cambiante: intelectual en conversas de café y alocadamente psicodélico en una rave. Como diría el viejo Bruce: be water my friend

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